El cielo se oscurecía aún más, se empezaba a nublar entre los cielos, dejando nula la iluminación de las estrellas que se levantaban cada noche para jugar y la gran luna llena, que se presentaba ese día entre los altos, que parecía ser el señor de las estrellas o el hermano mayor, dejo de iluminar intensamente por culpa de las nubes. Mi cena aún no estaba servida, pero soplaba con fuerza los viento del norte, que además se ser fuertes, eran gélidos, helaban mis huesos y mi carne presento signos de tener frío, se hizo piel de gallina como dicen en viejos tiempos, unos extraños resplandores iluminaban los cielos y en segundos, serpentinas líneas blanquecinas aparecían entre las nubes y de a veces se extendían alrededor de las mismas, tomando otra dirección distinta, era un espectáculo hermoso de ver, raras veces se veían esas cosas meteorológicas, estando en una ciudad, entre pisos y rascacielos que anulan ver pasar los rayos del sol. Sabes que es de día, porque notas la presencia de la iluminación, pero miras hacia arriba y ves pisos, pisos que llegan hasta lo infinito, donde la vista humana no puede llegar a ver.
Esas iluminaciones parecían discutirse entre ellas, aparecían en dos lugares distintos, como dos titanes ocultos entre nieblas lanzaran magia para abatirse entre ellos, rugidos extravagantes se oían desde lo lejos, como si otros dos titanes se golpearan con mazas de la grandura de una montaña o aún más exagerado, en que la mente no pudiera imaginar, parecía que lucharan para conseguir algo importante, en que una batalla entre hermanos empezaba, pero nunca se sabría cual sería el ganador.
Unas gotas cayeron y con el contacto de mi piel, resbalaron en picado, causándome un pequeño escalofrío, como si una descarga eléctrica recorriera mi espalda de arriba abajo, y en cuestión de decimas, una telina de agua dificultaba mis vistas al horizonte. Me quede sin cena caliente, pensé, pues la mejor forma para sobrevivir a dichos fenómenos meteorológicos, sin tener la mera necesidad de coger un resfriado de caballo, era cubrirse de la lluvia, permanecer en campo abierto y quedarme como una bola agachado mientras la tormenta pasaba de largo.
Parecía como si los cuatro titanes fueran los cuatro jinetes del apocalipsis, estuvieran combatiendo con odio entre ellos mismos, y que empezaran a ganar el hambre y la muerte, y eso se aplicara en mi caso… ruidos, luces, telones, fueron invocados como de una película se tratase, un rayo dividió en dos un árbol y de las cenizas y la madera chamuscada, se creó fuego, la acción ya la teníamos presente, ahora un poco de temor y intriga por parte de la muerte no nos iría mal, en su caso, porque la víctima era yo. El hambre ya me hizo la mala pasada de desgarrarme la cena en el momento oportuno, en que mi barriga necesitaba ingerir proteína.
-Malditas seas jinete llamado hambre- Grité. -Me has robado la comida y mi vida. Invocaste a la lluvia por arrebatarme lo que anhelaba y inconscientemente tus hermanos te ayudaron.- Dije a los cuatro vientos, pues mis dudas se centraban en que los titanes magos y guerreros, que se daban el placer del duelo para atormentar mi frágil mente y su propósito me llegara hasta el límite de morir agonizado. Eche a correr, me dejé llevar por el juego del jinete, que era lo que él quería que hiciera, pero no sentía temor de la muerte, si no que quería enfrentarme a él y superar mis limites, como humano que era.
La batalla entre titán y humano comenzó, difundí mi arma, y mis ganas de victoria invadían mi cuerpo, me tenía que afrentarme a algo no materializado, a un ser no humano, ni vegetal, si no a un dios o a un ángel tormentoso. Ninguno de los dos iba a vencer, quizás el jinete sí, pero yo no podía vencer a la muerte, evitaría ser golpeado por los rayos o intentaría zurrar a las blanquecinas serpientes para que su dirección atraída por el viento se fuera por otro lugar.
Una fiebre intensa se propagó por mi cuerpo debido a la lluvia, me empezó a doler la cabeza, el tórax y el abdominal como si algo se formulara ahí adentro, casi se me anulaban las ganas de luchar, después de ese suceso, ansiaba vomitar placenteramente. Me parecía que el jinete de la peste no estaba de mi lado en ese instante, si no que estaba en contra mía, mi estado no era muy bueno, sentía la necesidad de la lujuria, en cuestión de minutos se me formaron ulceras por todo mi cuerpo y llegaba a vomitar sangre, mi piel se volvía amarilla, parecía como si la enfermedad Mexicana cocoliztli entrara en mi cuerpo.
Una guerra por mi salud se desató, comandante y jefe supremo luchaban con desesperación, mientras los óvulos blancos defendían lo más apreciado de ese ser tormentoso, en que el cuerpo era frágil y la mente era fácil de moldear, golpeaba con furia y rencor las serpentinas luminosas que se acercaban a mí, pero cada vez que golpeaba, la ansiedad de vomitar sangre crecía y no podía ser evitable.
Un infierno despertaba en mi interior, la fiebre y el dolor parecían controlarme, pero no me rendía tan fácilmente, descargas polares correteaban por mi cuerpo, provocándome movilidades nulas, en que cada vez, mi ser era más pesado y se dificultaban mis acciones.
El cielo se aclaró y mi lucha acabó, una desmoralización se realizó y mi desplome por mi cansancio se ejecutó, -¿es mi fin?- me pregunté a mi mismo, veía luces, ángeles y jinetes volantear por los cielos, mi muerte era propensa, cerré los ojos, descanse y deje que dios optara por mis pecados, ese era el precio que debía pagar por intentar enfrentarme y superar a los dioses, era mi final.
Música d'àngel, nit de nadal.
